UMBRAE MORTUORUM: LA SOMBRA DE LOS MUERTOS.
Los espíritus de los muertos asumieron diferentes características a lo largo de la historia. En El Espejo Gótico intentaremos examinar estos elementos distintivos, muchos de los cuales forman parte del folclore moderno de lo paranormal.
Para los romanos, los Lémures eran las sombras de los muertos, es decir, espíritus inquietos que interactúan con los seres humanos a través del entorno físico. Forman parte de un grupo más amplio, los larvae [lat. larva, «máscara»], de los cuales se habla mucho en la teosofía y la parapsicología. La palabra latina lemur [pl. lemurum] tiene su origen en la raíz indoeuropea lem, cuyo significado es incierto [probablemente un préstamos de la familia lingüística etrusca], aunque definitivamente está relacionada con el «lado oscuro» de lo espiritual, y puede encontrarse en varios seres mitológicos nocturnos, como las lamias.
Los Lémures, entonces, son espíritus de los difuntos que, por alguna razón, todavía vagan por la tierra. ¿Por qué? Porque no recibieron un entierro adecuado, porque no se les dispensaron los ritos funerarios apropiados, o porque no se les brindó un culto afectuoso. Los Lémures no son el tipo de fantasma solo asusta a los vivos. Su venganza no conoce límites, ni siquiera límites generacionales. No tienen una forma definida; de hecho, son seres liminales, asociados por Horacio y Ovidio a la oscuridad. En realidad, estos dos autores sugieren que el miedo a la oscuridad, universal en el ser humano, se debe a nuestra intuición de que en la oscuridad habitan estas sombras de los muertos.
Así como en la actualidad existen muchos rituales de limpieza espiritual [supuestamente] para desterrar espíritus y malas energías de un lugar, los romanos apaciguaban a estos seres durante la Lemuralia, que duraba tres días. El paterfamilias se levantaba a medianoche y arrojaba unos frijoles negros por encima del hombro. Al parecer, los Lémures se daban un festín, no porque les gustaran particularmente las legumbres, sino porque eran negras, y todas las entidades de la noche demandan ofrendas negras. Si este ritual fallaba había que organizar una batucada con ollas de bronce. Esta noción de que se puede espantar a las entidades sobrenaturales con el ruido del metal se expandió a la Edad Media, donde se creía que las campanas de la iglesia podían espantar incluso a los demonios.
Estaría bien desconfiar de toda criatura sobrenatural que se asuste con el ruido de las ollas, pero la idea aquí es que los Lémures son temibles pero también temerosos.
El Daemonologie [«demonología»], del rey James I de Inglaterra, saca algunas conclusiones interesantes sobre los vmbræ mortuorum [«sombras de los muertos»]. Por ejemplo, el libro sostiene que estas entidades «frecuentan los lugares solitarios porque así pueden desafiar la fe de las personas que se atreven a visitarlos». En otras palabras, los vmbræ mortuorum no embrujan los sitios abandonados y solitarios porque se ven atraídos por ellos, sino porque allí solo van personas de un determinado temperamento y templanza, y es en ellas en quienes están interesados. Esto revierte por completo las actuales leyendas de casas embrujadas [ver: Genius Loci: el espíritu del lugar]
Decíamos que los Lémures romanos pertenecen a la categoría más amplia de larvae, que abarca a una gran cantidad de espíritus incorpóreos, a la cual también pertenecen los Lares. Así como los Lémures son vengativos con los familiares que no los han honrado debidamente después de la muerte, los Lares son los espíritus que sí han sido honrado, y por esa razón permanecen en la esfera doméstica cuidando las casas y sus habitantes. Sin embargo, el Lar está apegado a una ubicación física; en cierto modo, está «atado» a su antigua casa, mientras que el Lemur, también un espíritu humano, no está apegado a ningún lugar, y puede vagar libremente. Esto también invierte los parámetros de la investigación paranormal actual, donde son los espíritus malignos los que están «pegados» a una casa [ver: Espíritus que no abandonan su antigua casa]
Los romanos también creían en los Manes, que también son larvae pero nunca fueron humanos; es decir, no son vmbræ mortuorum. De hecho, los Manes son entidades sin personalidad definida, y no están apegadas a ningún lugar específico, aunque parecen tener cierta predilección por las encrucijadas. Apuleyo estableció la idea de que es la jurisdicción donde actúa un espíritu lo que delata su identidad: si la actividad paranormal ocurre en la casa, es un Lar; si ocurre en un sitio solitario, es un Lémur, si se produce en un lugar aleatorio, es un Manes.
Los vmbræ mortuorum, aunque pueden estar apegados a un lugar físico, son entidades incorpóreas aunque no completamente inmateriales. Su plano de existencia, según la teosofía, es el Kamaloka, una dimensión semimaterial, un limbo donde permanecen las personalidades desencarnadas de los difuntos [kamarupa] hasta que se desintegran por completo. Este estado puede durar desde unas pocas horas después de la muerte, a días, semanas, meses, e incluso años. Según este modelo, los vmbræ mortuorum son exactamente eso, las «sombras de los muertos», no los muertos propiamente dichos, sino ciertos rasgos e impulsos de la personalidad que perduran en el Kamaloka durante un tiempo. Cuando estos impulsos se agotan, está «sombra» de lo que fue una persona en vida, desaparece [ver: Gente Sombra: la verdad detrás del mito]
En general, los impulsos que sostienen a los vmbræ mortuorum son pasiones consideradas «bajas», como el deseo vengativo de los Lémures y el apego material y afectivo de los Lares. En este contexto, el Kamaloka es una localidad astral idéntica al concepto griego del Hades, donde solo habitan las sombras del ser, no el ser mismo. Hablar de «localidad» es, por supuesto, relativo cuando se trata de espíritus, porque el Kamaloka no tiene un área definida, tampoco un límite, sino que existe en este espacio subjetivo más allá de nuestra percepción sensorial.
No solo los vmbræ mortuorum existen en este limbo. También hay entidades no humanas, algunas conscientes y otras sin ningún atisbo de personalidad. Al estar formadas por impulsos «bajos», acechan a los seres humanos para obtener sustendo de la miseria y el miedo. Estos parásitos astrales pueden ser bastante inocuos, más molestos que verdaderamente peligrosos. Eliphas Levi sostiene que estos seres se «pegan» al ser humano en diversos puntos del cuerpo [sobre todo las manos, los hombros y la espalda], y son capaces de manifestarse a través de la nigromancia y la magia negra:
«Estos son los cadáveres aéreos que evoca la nigromancia. Son larvas, sustancias muertas o moribundas (...) pueden hablar, pero solo a través de un tintineo de nuestros oídos, y no razonan, ordinariamente, sino reflejándose en nuestros pensamientos o en nuestros sueños.»
El ocultismo se aferró al concepto de vmbræ mortuorum. Según las artes oscuras, estas «sombras» son los remanentes dejados por el ego después de la muerte del cuerpo físico. Son estos «cadáveres aéreos», como los llama Eliphas Levi, aquellas entidades que se manifiestan en las sesiones espiritistas y otros métodos de comunicación con el otro lado, como la ouija [ver: Ouija: errores frecuentes, peligros y consecuencias]. Al tratarse de remanentes bajos del ego no poseen una gran inteligencia, de hecho, sus mensajes son elementales, cuando no cargados de un lenguaje monótono y vulgar. La teoría es que, al estar liberados de impulsos morales elevados, estos «cadáveres aéreos» pueden manifestarse en su escencia: un principio instintivo, casi puramente animal, aunque capaz de mostrar algún grado de autoconciencia [ver: El Cadáver Astral que tu consciencia dejará atrás]
Lo que queda después de completarse la separación de los principios superiores e inferiores del ser a través del proceso de la muerte son los vmbræ mortuorum. Sin embargo, no son entidades genéricas. Todavía poseen cierto grado de conciencia propia, más o menos indistinta, y sus acciones se asemejan a las de una persona. También poseen un residuo de voluntad, pero como los principios superiores ya han trascendido, los vmbræ mortuorum no se guían por preceptos morales. Solo existen de acuerdo a sus atracciones y desagrados. Si los apetitos «inferiores» [deseos y atracciones materiales] fueron sobrealimentados durante la vida, el «cadáveres aéreo» será más fuerte y capaz de actuar o influir en el plano físico con mayor intensidad [ver: ¿Energía Residual o entidades inteligentes?]
Cuando logran comunicarse con los vivos, ya sea a través de un psíquico, de médium artificial o e la acción directa sobre el plano material, muestran algún grado de saber y conocimiento, pero nada que no sea una repetición mecánica de que la entidad aprendió en vida. Por este motivo, si tomamos todas las supuestas declaraciones hechas por espíritus durante sesiones y canalizaciones, nunca están por encima del intelecto humano.
Los vmbræ mortuorum de personas inteligentes, sabias, pero no particularmente espirituales, conservarán su memoria durante más tiempo. Estas entidades pueden impresionar al invocador por sus aparentes conocimientos, o incluso aterrorizar al incauto que se tope con ellos al usar imprudentemente la ouija, pero en realidad solo están repitiendo lo que sabían en vida. Por esta razón los fantasmas parecen repetir una y otra vez el mismo patrón de comportamiento, las mismas palabras [ver: El verdadero significado de los fantasmas]
Algunos círculos ocultistas sostienen que los vmbræ mortuorum pueden ser ocupados por otras inteligencias que se aprovechan de esa energía remanente y el enlace con personas vivas para manifestarse. De este modo, estas inteligencias no humanas adquieren resabios de una personalidad y una inteligencia humanas. A través de los vmbræ mortuorum pueden experimentar un plano más cercano al nuestro, e incluso contactarse con nosotros, en general con motivos poco amigables, pero sus manifestaciones siempre dejan una sensación de inhumanidad. Si los fantasmas a veces actúan como sonámbulos inmersos en actividades repetitivas, manifestándose aproximadamente a la misma hora y ante las mismas personas, los vmbræ mortuorum que han sido ocupados por inteligencias no humanas actúan de manera aleatoria.
El teósofo C. W. Leadbeater distinguió dos tipos diferentes de vmbræ mortuorum: la Sombra [shade] y el Caparazón [shell]. La Sombra, que no es el alma del difunto ni el individuo real, sino un remanente de su personalidad; «no sólo lleva su apariencia personal exacta, sino que posee su memoria y todas sus pequeñas idiosincrasias, por lo tanto, puede ser fácilmente confundido con él, como de hecho ocurre con frecuencia en las sesiones de espiritismo».
El Caparazón es «el mero cadáver astral en las últimas etapas de su desintegración, habiendo abandonado cada partícula de su mente». Carece de conciencia, de inteligencia y, según Leadbeater, «se desplaza pasivamente sobre las corrientes astrales». Puede, sin embargo, ser ocupado por otras entidades más «densas», e incluso «realizar una espantosa parodia de la vida si llega a estar al alcance del aura de un médium». Cuando es contactado por una sesión, evocación o la ouija, el Caparazón todavía se parece a su personalidad difunta, «e incluso puede reproducir hasta cierto punto sus expresiones familiares», pero todo esto no es más que un automatismo, sin una conciencia real detrás.
Annie Besant también distingue a los vmbræ mortuorum en Sombras y Caparazones, entidades que repiten los pensamientos, maneras y acciones que el difunto manifestó durante su vida en la tierra, pero que no son el individuo en sí. En este contexto, los vmbræ mortuorum no originan pensamientos nuevos, ni emociones que no sean ecos de las que tuvieron en vida. Son «meras formas animadas», dice Annie Besant. ¿Animadas con qué? «Con lo que podría llamarse un recuerdo de la vida pasada en la tierra, repitiendo una y otra vez las acciones e impulsos más materiales que los dominaron durante su existencia física». El verdadero ser avanza, trasciende, y deja atrás estos vmbræ mortuorum flotando a la deriva en el astral.
Ahora bien, el ocultismo sostiene que los vmbræ mortuorum son aquellas presencias fugaces que conocemos como «fantasmas», las cuales pueden ser captadas por personas sensibles o relativamente psíquicas. Por lo general, estas presencias son percibidas como amenazadoras; producen miedo, inquietud, precisamente porque están constituídas por los residuos más bajos del ser; en otras palabras, nuestra peor parte. La «mejor parte», por llamarla de algún modo, la parte constituída de emociones elevadas, como el amor, tiene una experiencia post-mortem «pacífica y soñolienta», según Annie Besant, una especie de letargo, de semiconsciencia, que termina en el despertar a un nuevo plano.
Las vmbræ mortuorum, en cambio, todavía poseen un vínculo más o menos fuerte con el plano material, y pueden sentirse atraídas por el dolor de sus familiares y amigos. Si se les ofrece un canal de comunicación con el plano físico adquirirán mayor consistencia, y sus manifestaciones se volverán más intensas y aterradoras. Llenas de anhelo por la vida terrestre, por los placeres pero también por los sufrimientos de la corporalidad que no pueden saborear en ausencia de un cuerpo físico, pueden volverse agresivos [ver: Las 8 fases de la Actividad Poltergeist]
Probablemente todos los no-muertos de las leyendas [vampiros, ghouls, strigoii, draugar] son aproximaciones filosóficas al concepto de vmbræ mortuorum. Tales seres, sin embargo, todavía poseen la memoria del difunto, y hasta cierto grado están ligados a la tierra, al igual que los larvae de los que hablamos anteriormente. Esta idea de un estado intermedio, límbico, entre la vida física y la vida espiritual, constituída por los remanentes del ser, se repite en todas las mitologías.
En casos extraordinarios los vmbræ mortuorum adquieren la suficiente densidad como para hacerse visibles. Se los puede «ver» como una sombra o un vapor por el rabillo del ojo, desvaneciéndose cuando se los mira directamente [ver: Ver fantamas por el rabillo del ojo]. Pueden agruparse e infestar ciertos lugares, y aunque sean capaces de infundir temor, en realidad no poseen demasiadas herramientas para causar daño real. Le temen a las corrientes de aire, a la luz, el fuego y los cuchillos. El miedo, que es una forma de reconocimiento de su presencia, los alimenta, obteniendo así mayor fuerza; sin embargo, son mucho más frágiles de lo que parecen.
Otro tipo de vmbræ mortuorum prefiere el sigilo. No se manifestarán abiertamente, sino que permanecerán en la órbita de ciertas personas, vigilándolas, excitando comportamientos que debilitarán a su víctima, obteniendo de ellas mayor sustento [ver: Entidades astrales que se alimentan de pensamientos negativos]. Si sus presas practican la magia [wicca, adivinación, chaos, etc] harán predicciones falsas, presentándose como entidades poderosas, incluso demoníacas. Ahora bien, una persona psicológicamente estable solo sentirá miedo, pero aquellos que se encuentren en una situación difícil [duelo, depresión, etc] pueden llegar a obsesionarse. Los vmbræ mortuorum solo pueden obrar de este modo cuando la persona viva le da un lugar en su mente, generalmente a través del miedo [ver: Cómo protegerse de las entidades del bajo astral]
Este es el riesgo de las prácticas mágicas que advierten todos los grimorios: la psique humana es inexpugnable, no puede ser invadida sin la voluntad de su dueño. Si a estos seres se les permite entrar, no se irán sin dar pelea. Pueden producir pensamientos negativos, que se perciben como externos; excitan las pasiones bajas y sofocan el sentido moral. Es como si reorganizaran nuestra estructura mental para volverla más acogedora. Las ceremonias y rituales de limpieza y destierro practicados por terceros son inútiles en estos casos. Es la voluntad que los dejó entrar en primer lugar la que debe retirar la invitación [ver: Apego espiritual: causas y síntomas]
Las personas sensibles deben lidiar a menudo con los vmbræ mortuorum, a veces conscientemente, otras a través de sueños. En estos casos son frecuentes las pesadillas con seres amorfos, gelatinosos, que se adhieren al cuerpo, sobre todo a las manos [ver: Entidades, larvas, gusanos y parásitos del bajo astral]. La corriente «moderna» [aunque tiene unos 100 años], sostiene que la mejor forma de sacarse de encima a estos seres es «dándoles amor». Si una de estas cosas se pega a tu cuerpo lo último que quieres hacer es «darle amor». ¿Espantarías a un mosquito diciéndole que lo amas? ¿Eso impediría que siga haciendo aquello que es su naturaleza? Pero, suponiendo que fuese posible despejarse a estas babosas enviándoles vibraciones de amor, ¿eso no significa que encontrarán alimento en otra persona? No, lo mejor en estos casos es arrancarlos de cuajo, sin sentimientos de ninguna índole, ni de amor ni de odio. Como si aplastaras a un mosquito mientras está picándote [ver: Entidades del Plano Astral que se «pegan» al aura]
Las formas astrales bajas asumen en sueños este tipo de formas arquetípicas [gusanos, larvas, babosas, seres tentaculares], según algunos, debido a lo lentas y densas que son las cosas en los planos inferiores. No es infrecuente soñar que estas babosas se arrastran por la cabeza del soñador y entran en sus oídos, o bien que penetran en su cuerpo por otros orificios, a veces naturales, otras producidos por sus afilados dientes [ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos]
Es interesante notar que esta aproximación a la existencia post-mortem es similar en varios aspectos a las creencias de la Antigua Grecia. Los griegos tenían más de un término para referirse al alma, aunque ninguna abarca por completo nuestra idea actual de lo que supuestamente es el alma. Por un lado, usaban el término psyche, que refería al aliento; sin embargo, no denotaba el acto de respirar sino la exhalación final en el momento de la muerte, el último aliento. Los griegos también empleaban el término thumos: la voluntad, la fuerza vital de una persona; y eidolon, un reflejo plenamente realizado del individuo en el más allá. Según los mitos griegos, cuando una persona muere, su psyche se libera de las ataduras de su cuerpo físico y viaja al Hades, donde vive como una skiá [σκιά], que significa «sombra».
El Hades también tiene algunos puntos en común con los distintos sustratos del plano astral. En primer lugar, Hades proviene del griego aïdes [«lo nunca visto»], posee diferentes regiones [los Campos de Asfódelos, los Campos Elíseos y el Tártaro] y no es un lugar de castigo ni de recompensa. Los Campos de Asfódelos eran el destino de la mayoría de las personas, donde existían como skiá, «sombras», versiones espirituales pero incompletas de los originales vivos, sin cuerpo ni poder de pensamiento, muy similares al concepto de vmbræ mortuorum, y cuya única actividad era deambular sin rumbo y sin una memoria de su existencia terrenal. Los Campos Elíseos era el lugar adonde iban las personas especialmente heroicas o virtuosas. Eran lugares luminosos, llenos de belleza, música y alegría, como los planos superiores del astral. El Tártaro, por otro lado, era donde iban las personas particularmente malvadas, un sitio oscuro, frío y desolador; donde sus habitantes estaban atrapados en un círculo interminable de torturas relacionadas con las atrocidades que cometieron en vida.
La noción griega de skiá, esta «sombra» de una persona muerta que reside en otro plano, también era común en otras culturas. Incluso el cristianismo creía originalmente en este modelo. En los mitos bíblicos, los vmbræ mortuorum son conocidos como tsalmaveth [«sombra de muerte»], un nombre alternativo del Sheol, especie de Hades hebreo, un lugar subterráneo al que todos los seres humanos descienden. La sugerencia es que el Sheol es una instancia inmediata después de la muerte, y quienes descienden a este reino no recuerdan nada, ni siquiera a Yahvé. Las personas virtuosas trascienden este reino, pero otras permanecen allí como «sombras». Al igual que los vmbræ mortuorum, estas «sombras» podían invocarse a través de la nigromancia, aunque tales prácticas, como en la mayoría de las culturas, estaban prohibidas.
El concepto de vmbræ mortuorum resulta interesante por varias razones. En primer lugar, sitúa a la muerte física no como un corte abrupto de la vida, sino como una instancia en un proceso mucho más largo. Así como el cuerpo físico comienza a descomponerse después de la muerte, los vmbræ mortuorum también tienen una existencia limitada y sujeta a un proceso de desintegración espiritual. El verdadero «ser», si es que puede ser llamado de este modo, va liberándose de distintas capas que oscurecen su verdadera esencia. Eso plantea varios problemas. Aquello que consideramos como Yo no está compuesto únicamente de nuestros valores morales más elevados; por lo tanto, lo que por fin alcanza las regiones más puras de la existencia post-mortem difícilmente puede llamarse Yo. Probablemente sea un sujeto que nuestra madre no reconocería.
Ahora bien, la actitud desorientada de los vmbræ mortuorum ante su entorno, similar a la de los fantasmas de la cultura popular, está plenamente justificada. Quiero decir, en el plano físico hay una buena cantidad de suposiciones que puedes hacer que indican que el mundo a tu alrededor no se está desarrollando solo en tu cabeza. Es cierto, un árbol no es solo lo que vemos, esto es más bien una perspectiva, pero al menos es una perspectiva compartida. Los vmbræ mortuorum no tienen esta ventaja. No pueden interactuar con otras entidades como ellos, de modo que les resulta imposible establecer qué es objetivamente real [en términos de una experiencia colectiva en la que eres un participante más] y qué es imaginario. De modo que si ves a uno de estos simpáticos despojos atravesando una pared, o llorando en un rincón oscuro de tu casa, piensa en lo difícil que debe ser existir mientras te desintegras poco a poco, sin sentido del yo, pero con la apariencia de la persona que fuiste, con retazos de memoria, pequeñas idiosincrasias, y sin poder hacer ninguna suposición que distinga lo externo de tu mente
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